María Ontaneda y Larraín

María Ontaneda, por Estuardo Álvarez (2012)
Mural Ideales de Libertad (El Trébol).
María de Ontaneda y Larraín (Quito, 20 de febrero de 1772 - ibídem, 8 de mayo de 1834) fue una aristócrata colonial quitense, que gracias a su participación en varios capítulos de la Revolución Quiteña entre 1809 y 1812, es considerada prócer de la Independencia ecuatoriana.

Biografía

Nacida en el barrio San Roque de la ciudad de Quito el 20 de febrero de 1772, era hija de Vicente de Ontaneda y León y María Isadora Larraín, quienes la bautizaron en la iglesia de El Sagrario dos días después con los nombres de María Manuela de Ontaneda y Larraín.

Como se estilaba en la época con las señoritas de buena posición, sus padres la educaron y casaron muy joven con Francisco Javier Escudero, procurador de Causas de la Real Audiencia, pero se separó de él en 1797 cuando tenía 25 años de edad, y desde entonces afloró su carácter decidido e independiente.

Como amiga personal de Rosa de Montúfar, hija del II Marqués de Selva Alegre, María estuvo vinculada al pensamiento ilustrado del clan de los Montúfares y sus ideales autonomistas al menos desde 1802, época en la que vivió en el Palacete marquesal como dama de compañía de su amiga, y que se encontraba ubicado en lo que hoy es la Plaza Chica.

Después de que fracasara la Junta de Gobierno de 1809, el conde Ruiz de Castilla ordenó la aprensión de los involucrados incluido Pedro de Montúfar, tío de su amiga Rosa, que fue llevado al Cuartel Real. Las dos jóvenes aprovecharon una visita en la que se les permitió quedarse hasta tarde para presenciar una partida de cartas, y una vez que los soldados estuvieron distraídos, vistieron a Pedro con sus ropajes femeninos y lo sacaron del edificio hacia la capilla mortuoria de los Montúfar en El Tejar, hasta donde le llevaban comida y noticias cada noche.

En 1810 formó una sociedad de damas patrióticas, cuyo principal objeto era cuidar al coronel Carlos de Montúfar, que estaba por llegar de España en calidad de Comisionado de Regencia nombrado por la Junta Suprema Central de Cádiz, ocupándose no sólo de brindarle comodidades adecuadas, sino de su misma seguridad que era amenazada por algunos grupos.

En su casa de San Roque, María formó un cuerpo miliciano de voluntarios que atrajo a la causa independentista, con el que participó activamente durante las batallas que se dieron tras la separación formal que Carlos de Montúfar hizo de España para formar el Estado de Quito en 1811. Sus soldados fueron nombrados Guardia de Honor en la casa en que se alojaba el joven coronel.

En junio de 1812, y ante la falta de municiones que asolaba al ejército quitense debido al bloqueo comercial de Guayaquil, María comandó un grupo de mujeres que se apoderaron de varias casas de monarquistas que no habían aportado con objetos de metal para ser fundidos y convertidos en armas, y se llevaron lo que les servía para tales efectos.

Se dice que mantuvo una relación amorosa con el atractivo Carlos de Montúfar, y que ese era el motivo de su férrea defensa no sólo del coronel sino de la causa que él defendía; sin embargo, no existe ninguna clase de documento que así lo confirme o al menos brinde algún indicio al respecto.

Tras la derrota ante los españoles en la Batalla del Panecillo, en la que se dice que combatió, debió replegarse con el ejército quitense a la ciudad de Ibarra. Allí fue herida y capturada tras la Batalla final del Estado de Quito, para ser inmediatamente regresada a Quito y recluida en el Convento de El Carmen Bajo a la espera de juicio.

La mayor acusación que pesaba sobre María era la de haber sido la líder del apedreamiento que una turba enardecida le dio al anciano Conde Ruiz de Castilla el 15 de junio de 1812, y que le causaría la muerte al ex presidente de la Real Audiencia tres días más tarde.

Luego del juicio fue encontrada culpable y condenada a muerte, pero logró escapar y evadir la sentencia hasta la llegada de los ejércitos bolivarianos en 1822, cuando Antonio José de Sucre le escribió pidiéndole que se sumara a la causa independentista con su conocido poder de persuasión con las mujeres de la ciudad, y así lo hizo.

«La Larraín», como la llamaban sus contemporáneos y como ha pasado a la historia, murió el 8 de mayo de 1834, cuando tenía 62 años de edad, siendo sepultada en la iglesia de Santo Domingo. Su nombre, infravalorado y hasta olvidado por mucho tiempo, fue puesto nuevamente en la palestra histórica tras los estudios realizados por el bicentenario del Primer Grito de Independencia, pero es indudable que aún hace falta mucho por dar a conocer su heroicidad.

Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización de Héctor López Molina (contacto: hflopez2000@gmail.com).

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