Ana Bermeo (la torera)

Ana Bermeo, la torera (circa 1980).
La Torera fue el apodo con el que se conocía a Ana Bermeo, dama bastante famosa en la ciudad de Quito entre las décadas de 1950 y 1980, cuando paseaba por las calles vestida muy elegantemente, pero también pasada de moda. Era comúnmente llamada con el diminutivo de Anita, y se convirtió en la última de aquellos grandes personajes de la ciudad que se modernizaba a mediados del siglo XX, y que pasaron a la historia como toda una leyenda.

Su origen aún es incierto, pero la versión más aceptada es que habría nacido en Baños (Tungurahua) y desde muy joven pasó a vivir en Quito con su madre, donde se sostuvo gracias a sus dotes de hábil costurera, labor de la que con toda seguridad venía su afición por la ropa que tanto le caracterizaría en el futuro. Trabajó un tiempo en la Fábrica La Internacional, época de la cual muchos ex trabajadores daban fe de haberla conocido como una de las mejores empleadas de la textilera.

La mayor parte de su vida adulta arrendó piezas en las casas de familias aristocráticas de la capital ecuatoriana, que pagaba con su trabajo y por ello en verdad conocía a la crema y nata de la alta sociedad quiteña, aprendiendo sus modales y sus historias. A veces recibía de ellas la vestimenta que ya no usaban, o de algún familiar que había fallecido, y así comenzó a obtener el armario pasado de moda que le valió el apodo de "la torera", por lo exageradamente llamativa que se veía al usarlos y el maquillaje subido de tono que se ponía.

Alguna vez, y cuando Anita ya era tachada como excéntrica por algunos que no entendían su manera de vestir, o porque llevara un silbato colgado al cuello para parar los autos cuando iba a cruzar una calle muy transitada, Radio Centro ofreció mil sucres a quien la llevara a sus estudios para entrevistarla. Unos jóvenes la encontraron durante una de sus acostumbradas caminatas por las calles de la ciudad, y con artimañas la metieron en un taxi para conducirla a la estación radial, donde una vez pasado el disgusto (y seguramente también la humillación) contó su historia y se hizo leyenda.

Bermeo conversó cómo una familia pudiente la engañó con un prometido que nunca existió, solo para llevársela de ama de llaves a California, lugar donde vivió varios años sin entender el idioma y perdiéndose continuamente en esa selva de cemento, quizá marcando el inicio de sus desvaríos. También nombró a otras importantes familias de la ciudad y los pecados que escondían,  los cuales conocía bien por haber arrendado piezas en sus casas; un gran error de su parte, pues se estaba tirando encima a la gente más poderosa de la ciudad.

Las familias cuyos apellidos importantes se vieron afectados, e incluían hasta al Arzobispo, empezaron una campaña de desprestigio contra Anita Bermeo, tachándola de loca y mentirosa. La gente de Quito ya creía lo primero, pero dudaba seriamente de lo segundo, pues la entrevista había sido cortada abruptamente y de manera sospechosa. Pocas semanas después, los pocos que aún no habían escuchado de ella, ya la conocían… había nacido la Torera, el último ícono quiteño.

Anita Bermeo como madrina de la UCE.
Una vez fue madrina del carro alegórico de la Universidad Central durante el Corso de Carnaval, en el que los estudiantes iban disfrazados de toreros y terminó siendo el más aplaudido del desfile, aunque quizá la burla no fue del todo agradable para la dama. Desplantes parecidos, y niños que le molestaban todo el tiempo al tirarle piedras mientras la llamaban por el apodo que tanto le disgustaba, hacían que perdiera los estribos y siguiera a la gente para golpearlos con su paraguas o su bastón.

Y aunque Anita Bermeo era el gran personaje de la ciudad y todos la conocían, sus últimos años los vivió en la soledad del Asilo Corazón de María, ubicado sobre la avenida de la Prensa en el sector de Cotocollao, donde las monjas encargadas le permitían continuar con sus paseos por las calles quiteñas, hasta que en uno de ellos se cayó y rompió una de sus piernas. El tener que dejar atrás sus amadas caminatas la fue apagando de a poco, y falleció el 11 de enero de 1984, para después ser enterrada en el Cementerio del Batán.

Su memoria nunca ha recibido un homenaje o trabajo de recuperación por parte de las instituciones oficiales de la ciudad, pero su nombre pasó a la historia y la cultura popular por mérito propio, trascendiendo el tiempo y las generaciones. En 2013 el Teatro Patio de Comedias estrenó una obra inspirada en ella, escrita a modo de monólogo por la famosa directora Viviana Cordero, e interpretada por la actriz Valentina Pacheco, que se ha presentado en diferentes salas a lo largo de los años. Así mismo, en 2016 la Fundación Teatro Nacional Sucre presentó en las tablas del Variedades la obra "La ciudad invisible - La Torera", del director Jorge Mateus.

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